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Festival de Mujeres Instrumentistas de Metal abre puertas en Morelia

  • Foto del escritor: Erick Alba
    Erick Alba
  • 27 oct
  • 3 Min. de lectura
Festival Internacional de Mujeres de Metales, en Morelia.
El Festival Internacional de Mujeres Instrumentistas de Metal llegó a Morelia para hacer su segunda edición, después de tomar Oaxaca en 2023.

La presencia en Morelia del Festival Internacional de Mujeres Instrumentistas de Metal, en su segunda edición, significa una puerta más amplia para el sector femenil interesado en instrumentos de boquilla redonda, tradicionalmente reservados a hombres por considerarse elementos de guerra, aunque en la pericia femenina, la expresividad de esas herramientas sonoras alcanzan nuevas posibilidades que deben incluirse, y rápido, en el inventario de los matices sonoros que pueden explotar esos instrumentos.

 

Como ejemplo de lo anterior podemos mencionar el segundo de los conciertos ofrecidos dentro del programa, el pasado viernes 24 de octubre en el Centro Cultural Clavijero de Morelia. Ahí, Laura Molina (trombón), Ingrid Bay (trombón) y Carolina Barri (corno), como integrantes del ensamble argentino Quintetas del Brass, ofrecieron una nueva versión sobre el tango de Osvaldo Fresdeo, Vida mía, con arreglos para metales por un compositor contemporáneo llamado Vicente y del que no pudimos escuchar su apellido (en este punto es necesario subrayar que en el recital no hubo programas de mano ni código QR para descargarlo, así como tampoco micrófonos para explicar la procedencia de la obra por lo que era difícil escuchar los datos, lo que debe marcarse como una falla en la logística del Festival).

 

Decíamos: El trío de metales abordó la obra de carácter lírico en su parte melódica y en la que el arreglista hizo un interesante viaje entre la armonía en bloques que recuerda en mucho a la influencia del Big Band norteamericano y los pequeños pasajes de un contrapunto cercano al barroco, aunque sólo como acentuación discursiva pues ese contrapunto no superaba los cuatro compases de duración.

 

A eso se debe sumar el poderoso recurso que ofrece el trombón de vara cuando se trata del glissando (acercar o alejar la vara mientras se ejecuta una nota para cambiar su altura de manera progresiva y continuada), algo que los instrumentos de émbolo no pueden lograr por su propio mecanismo, y que en el contexto histórico que ofrece por sí mismo el Tango, se transforma en una herramienta expresiva por la reafirmación de su propia sensualidad.

 


Una obra más dentro del recital fue Leyenda, escrita en 1906 por el compositor rumano George Enescu para ofrecerla como método de estudio a sus alumnos de trompeta en el Conservatorio de París, según explicó la trompetista María Florencia Díaz. En ella, su carácter programático se basa en un modo menor pero con vistosas secuencias armónicas ascendentes que recuerdan en mucho a las características escalas de tonos enteros, o hexátona, que permearon en el impresionismo francés anterior a la confección de esta obra.

 

Ese fue el espacio idóneo para que la pianista japonesa, Michiyo Morikawa, aprovechara esa secuencia armónica ascendente para aplicar un crescendo útil y necesario, aunque con la sutileza suficiente para regresar a una dinámica sonora (volumen del sonido) más baja en el momento en que la trompetista recuperaba su papel como primera voz.

 

Lo anterior fue un elemento clave para visualizar la pericia de las instrumentistas en cuanto al dominio de la acústica del espacio, pues se debe decir que el recital estaba programado para desarrollarse en el Museo de Arte Colonial, pero pocas horas antes de su inicio cambió su sede a la Sala 8 del Palacio Clavijero, lo que impidió que las participantes de la presentación tuvieran el tiempo adecuado para comprender las características sonoras que ofrecía el recinto. Aun así, Morikawa tuvo el buen tino de adecuarse con bastante efectividad a la dinámica elegida por la trompeta, incluso ante el uso de sordinas en obras posteriores.

 

Una última apreciación se refiere precisamente a la pianista Michiyo Morikawa, quien a pesar de su juventud manifestó una madurez excepcional en cuanto a la claridad de su digitación sobre el teclado aunada a ese sentido de trabajo en equipo verificado en la dinámica de su propio sonido. Eso le permitió pisar sin miedo el pedal del piano en fortísimas notas graves pero también el regresar sin titubeos, y con la delicadeza necesaria, a la región aguda del teclado con una digitación que no llega al stacato, pero que sí conserva la independencia sonora de cada nota articulada, lo que hace desear una presentación a solo de Morikawa.

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